No es un fenómeno nuevo la relación entre empresa y cultura. A lo largo de la historia siempre existieron mecenas que protegieron a escritores, poetas y artistas estableciendo una especie de acuerdo de mutuo beneficio y aún hoy en día son numerosas las instituciones y fundaciones empresariales y financieras, que incluyen en sus planteamientos el apoyo a la cultura y se benefician de los resultados de ese apoyo.
Y no estamos hablando de “negocio” en sentido estricto. No siempre el apoyo de la empresa a la cultura supone un beneficio económico directo, sin embargo sí produce, en muchas ocasiones, un plus de valor añadido a lo que la firma productiva, en términos globales, lleva a cabo. Un plus, no sólo dinerario como las desgravaciones fiscales que comportan este tipo de iniciativas, sino también de prestigio social que, en última instancia se puede traducir también en rentabilidad económica a corto o medio plazo por la vía de la publicidad barata y selectiva.
La implicación empresarial con la cultura, supondrá revertir en la sociedad parte de lo obtenido de ella, en forma de belleza, creatividad e imaginación y, en contrapartida, ésta devolverá reconocimiento público a una labor con alto grado de altruismo, lo que en definitiva será una propaganda valiosísima, que hará destacar los mejores valores de quienes se impliquen en la ayuda a la actividad intelectual por encima de quienes no lo hagan, por más que estos últimos se vuelquen en publicitarse, con los típicos “lugares comunes” de la publicidad clásica y por los medios tradicionales (TV, radio, prensa, buzoneo…).
Muchas veces resulta más eficaz la propaganda subliminal e indirecta que la frontal y siempre tendrá más “nombre” y será más considerada una entidad empresarial que mantenga un programa de exposiciones, patrocine un congreso de escritores o artistas, instituya un premio de poesía, teatro, pintura o música, o mantenga una apuesta editorial, que aquella que se limite a invertir todo el dinero que destine a publicidad en simples spots, aunque a corto plazo pueda parecer que produce un mayor rendimiento, pues el reconocimiento social que el patrocinio a la cultura conlleva, trae siempre consigo un aumento de prestigio de cara a los clientes habituales, proveedores y trabajadores vinculados a la entidad, que poco a poco se va extendiendo al ámbito ciudadano en que se desenvuelve la misma y sus productos, dado que la cultura es, en última instancia, una “riqueza intangible” que va impregnando los colectivos a quienes se dirige, empezando por los más cercanos, con una fuerza cada vez más expansiva.
¿Y qué supone, finalmente, para los actores culturales ese apoyo?: un yacimiento de trabajo que les permitirá desarrollar su labor creativa y obtener la necesaria y lógica remuneración a su trabajo, un medio para darse a conocer y poner su obra en valor, en el caso de autores nuevos o poco conocidos, mayor consolidación de los consagrados y la formación de un “caldo de cultivo cultural” exportable como paquete o conjunto regional, que dará a Castilla y León una proyección externa, que en otras condiciones no sería posible. Todo gracias al apoyo de aquellos empresarios que asuman la filosofía de cultura-empresa, apostando por los proyectos e iniciativas necesarios y beneficiosos para todos los actores que intervienen en la proyección social del hecho cultural: artistas y escritores, empresas a título individual, organizaciones empresariales, sociedad en general y comunidad castellano-leonesa, en una verdadera apuesta de intención que empieza siendo una forma más de cohesión regional para trascender después a ámbitos más amplios.
FORCAL es, en este terreno, un ejemplo a seguir y esperamos que el convenio firmado con CECALE comience a dar pronto buenos frutos.
Julián ALONSO
Poeta y escritor
Coordinador editorial de la Colección Soñando Futuros (FORCAL)
No hay comentarios:
Publicar un comentario